MASCA
LA IGUANA
Mi
lujuria, ¡qué pase la desgraciada!
Parte
I
Luis
Fernando Paredes Porras*
que
la lujuria, flor de verano.
Más cercana la semana santa me veo en la
premura de seguir confesándome públicamente sobre el gozo de mis pecados, ya
expuse dos de mis vicios concupiscibles:
gula y avaricia y uno irascible: la pereza.
Es el turno de uno muy sabroso y tal cual
lo dijera una mujer nada apetecible, en
ningún sentido, ni carnal ni mucho menos intelectual, pues… ¡que
pase la desssgraaciaadaaaa!
Mi lujuria se alimenta de la misma manera
que la lujuria suya, es decir, sin pretenderlo nosotros consumimos estímulos de
una cultura plus erotizada; lo que cada quien haga con eso es ya otra cuestión,
para eso el cielo es ancho, para que quepan todos los que deseen hacerlo un
papalote y echarlo a volar.
Pero pienso, por pensar en algo y darle un
fluir al asunto, en “el perreo” de los infantes de hoy, en todo lo que se deriva de ello y me siento
anticuado, casi un santo; no pasarán muchos años para que la idea de sentirme
sexualmente obsoleto me invada, la idea eh, solo la idea.
Mientras no llega ese
pensamiento recuerdo mi primer acoso sexual practicado a una compañerita del
jardín de niños, a quien hice llorar durante el trayecto de la escuela a su
casa, en el transporte escolar, porque no le regresaba su lonchera ya que no me
quería dar un beso.
Esa acción fue, según recuerdo y ahora así lo interpreto,
mi primer gustito por mi sexualidad. El gusto por la genitalidad y sus placeres
llegaron después, en medio de un oscurantismo cuasimedieval que me hizo presa
de la escuela de la calle, a donde por fortuna, no me fue nada mal, ya que no
sufrí agresiones sexuales severas como millones de niñas y niños las viven al tiempo
que esto escribo.
De los pecados, disfrutar de la lujuria, es muy sabroso, porque está en
nuestros pensamientos, en nuestro lenguaje escrito, verbal y corporal, en
nuestros silencios, en nuestros sueños, en nuestra química y en nuestro
instinto.
La lujuria nos impulsa para actuar y en ello nos encontramos en
ocasiones al amor, pero otras veces,
muchas otras veces, nos espera el
infierno mismo. Es decir, es cuestión de
grados ser la personificación misma de Satanás impulsado por la lujuria personal
y la de los demás.
Por eso, como los AA, sólo por hoy
mantendré al límite autoimpuesto como moralmente conveniente, a mi lujuria, y
para ello recordaré esos pequeños paraísos que los grados menores de la lujuria
me han brindado, esa que es sana mantener, pues gracias a ella y a otros
pecados, me he encontrado con piezas que deleitan mis sentidos en cuasi
orgasmos mentales, es decir, simbólicos mensajeros de Onán.
Por ejemplo esta pieza poética de Gioconda
Belli a quien leí en mi temprana juventud y depuró mis pensamientos lúbricos:
Dios te hizo hombre para mí.
Te admiro desde lo más profundo
de mi subconsciente,
con una admiración extraña y desbordada
que tiene un dobladillo de ternura.
Tus problemas, tus cosas
me intrigan, me interesan
y te observo
mientras discurres y discutes
Te admiro desde lo más profundo
de mi subconsciente,
con una admiración extraña y desbordada
que tiene un dobladillo de ternura.
Tus problemas, tus cosas
me intrigan, me interesan
y te observo
mientras discurres y discutes
hablando del mundo
y dándole una nueva geografía de palabras.
y dándole una nueva geografía de palabras.
Mi mente está covada para recibirte,
para pensar tus ideas
y darte a pensar las mías;
te siento, mi compañero, hermoso
juntos somos completos
y nos miramos con orgullo
conociendo nuestras diferencias,
sabiéndonos mujer y hombre,
y apreciando la disimilitud
de nuestros cuerpos.
Nacida en Nicaragua en 1948, Gioconda me
enseñó, sin pretenderlo ella, que la lujuria se puede sublimar, lo cual, por
supuesto no me hizo ni siquiera aprendiz de aspirante a santo, pero si me dejó
su semilla hace ya muchos años, me dejó un faro para guiar mi masculinidad en
medio de mi lujuriosa tormenta cotidiana.
Dice la iguana que ella no es lujuriosa,
sino verde y escamosa, y que es un verso sin ningún esfuerzo que me envía Onán.
La miro y pienso que no debe ser muy divertido ser garrobo.
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